domingo, 22 de julio de 2012

Caravana Humanitaria en solidaridad con las comunidades indígenas del Cauca.


GUARDIA, GUARDIA. FUERZA, FUERZA…

Hay motivos suficientes para que la situación actual en el Cauca se haya convertido en tema principal de la agenda de los medios de comunicación. La decisión de las comunidades indígenas y su Guardia, comenzando por desmantelar los símbolos de la presencia del ejército y de la guerrilla en territorios colectivos,  representa un hecho histórico frente a la dinámica de la guerra y del racismo de Estado como parte de su origen y desarrollo.

Integrantes de H.I.J.O.S. acompañamos la Caravana Humanitaria que llegó a Toribío el sábado 21 de julio, para contar lo que vimos y sentimos.

Con los ojos atrasados. La marca fundamental de lo que se está diciendo en los medios de comunicación sobre la situación actual en el Cauca, es la pretensión de superioridad de los supuestos civilizados frente a los indios. “Atraso”, y “abandono del Estado” son los elementos que se resaltan para explicar lo que está ocurriendo. Con contadas excepciones se impone siempre la idea de que los indios no saben lo que hacen, y que sus acciones deben ser interpretadas como reacciones animales frente a una guerra que parece más importante que su supervivencia, porque están por encima las “razones de Estado”, o los “intereses fundamentales para la seguridad y la economía del país”.

Desde ahí es que las lágrimas del Sargento Rodrigo García merecen el homenaje del Presidente en la instalación del Congreso de la República, mientras que las de las de las madres de Luis Fabían Queitia- asesinado en Caldono el 18 de Julio- y las de los 32 heridos en las refriegas de la torre Berlín,  se las deban tragar los indios solos, como si fueran el costo necesario del supuesto restablecimiento de la seguridad en la zona.
De acuerdo con las noticias que escuchamos, lo que importan son las decisiones del ejército y de la guerrilla, no las del movimiento indígena. La infiltración de las Farc es la causante principal del problema, según se afirma recurrentemente, y el país entero le debe gratitud al ejército por no haber ejercido el “derecho” a la legítima defensa usando los fusiles contra los bastones de mando. 

Con los ojos de los pueblos.  Montados en la Caravana Humanitaria que salió de Santander de Quilichao el 21 de julio hacia Toribío, pudimos asumir la mirada de los pueblos, que no tiene nada de atraso.

La primera impresión fue simplemente indignante. Recorriendo las calles de Toribío se ven las ruinas de los acontecimientos vivos; lo que queda de las trincheras del ejército, esos costales verde esmeralda, cubriendo como una invasión de maleza  las esquinas de varias casas también destruidas, es desconcertante. En pleno pueblo, a no más de dos cuadras de la calle principal que conduce a la plaza, una base de la policía que parece una colmena de miedo, y varias cámaras a nuestro arribo que salen de todas partes sobre los cuellos de los soldados super-equipados con fusiles que muchos de los periodistas y dizque expertos en conflicto, sólo conocen por videojuegos. 
Al llegar a la plaza principal de Toribío, decenas de intervenciones que afirmaron la solidaridad, la indignación y la admiración. Pero sobre todo, las verdades que no se quieren decir, como siempre. Viejos luchadores por la paz que conocen el país de cabo a rabo agradecen al movimiento indígena por demostrarle a Colombia que la paz es una alternativa que ha de lucharse desde la organización social. Les pidieron con respeto que les dijeran cómo aportar a lo que se viene gestando, exigieron al ejército y a la guerrilla, sin los odios fáciles de quienes atizan la guerra, que respetaran la autonomía indígena, el DIH y los tratados internacionales, donde se obliga al respeto a los civiles, a no convertir en dianas las casas de los pobladores, a la consulta previa para acordar los términos de la presencia de armas en los territorios de propiedad colectiva. Y estuvieron las mujeres, ofreciéndose a ir por los niños reclutados para sacarlos de la guerra, y los jóvenes diciendo que la lucha de los indígenas es la de los estudiantes, así como la de los hijos y las hijas de las millones de personas convertidas en objeto de despojo y exterminio por sus ideas, sus acciones o sus modos de vida.
Pero entre todas, claramente se escuchó con atención la voz de Feliciano Valencia, líder del CRIC. Sin un ápice de mirada de odio o lastimera, dijo varias de las cosas que deben saber quienes piensan que la decisión de las comunidades y de la Guardia Indígena es inaceptable.

“No estamos dispuestos a seguir mirando cómo nos matan. La Acin, el CRIC, los cabildos, no están dispuestos a recoger muertos” (…) “Hemos decidido expulsar a los soldados que han ocupado las viviendas de la gente. Las han sacado corriendo para ellos instalarse dentro de las viviendas a combatir con el otro grupo armado” (…) “Estas acciones de control territorial se adelantan contra miembros de la fuerza pública, que se quedaron a vivir y a construir infraestructura militar dentro de los territorios. Estas acciones de resistencia están dirigidas contra miembros de la guerrilla de las Farc, que han levantado campamentos, combaten en medio de la población civil y utilizan como escudos humanos a la población. Estas acciones van también contra infraestructura que desarmonice el territorio, ya sean económicas, políticas o jurídicas”. (…) “Porque ésta gran apuesta tiene que terminar en que Toribío, el Norte del Cauca y el Cauca, sea declarado territorios ancestrales de Paz, de vida, de confraternidad, de convivencia pacífica bajo el control civil, de las autoridades y la guardia indígena”.

(…)“No se atropelló en ningún momento al soldado, allá en el alto de la torre Berlín. Fuimos provocados por los miembros de la fuerza pública allá arriba. La gente subió. Les hablé a los miembros el ejército que estaban allí, Iniciamos contacto con los altos mandos para que de manera voluntaria retiraran a la fuerza pública. Ellos lo hicieron. La mayoría de los 70 que estaban ahí, se retiraron. Solamente cinco se quedaron con un Sargento a la cabeza. El Sargento dijo, “yo no voy a salir, si quieren sacarme, cárgueme”. La guardia indígena lo cargó. Los cinco escoltas accionaron, le apuntaron a la gente que estaba allí, a la humanidad de la gente. La gente se asustó, y en un instinto de protección reaccionó tirándoles tierra a los soldados que estaban apuntando las armas contra la población civil. Uno de los soldados sacó una granada, la desactivó. El sargento le gritó, “no cometa esa locura”, volvió y la aseguró, y la gente fue sacando al Sargento, la Guardia lo fue sacando. Desafortunadamente allí, una persona inescrupulosa, que no sabemos quién, sacó una foto, y la puso a circular como si la guardia indígena y la gente estuviera agrediendo al soldado. Si eso hubiera pasado, nosotros hubiéramos tomado cartas en el asunto, porque no es directriz de las autoridades indígenas atropellar a nadie” (…)  “Esmad y ejército nacional utilizó papas bombas cargadas con metralla, y los 32 heridos que tenemos presentan esquirlas con esas papas bomba. Lástima, esto no pasa por los medios de comunicación”. 
  
Con indignación y admiración.
Con todo, la última parte del recorrido estuvo llena de verdades y de lecciones que sólo pueden ser omitidas con muy poco de humanidad. La Caravana fue a “ver como un pueblo digno, atropellado, es capaz de impartir justicia contra cualquier actor armado”, encontrándose con una “Asamblea para corregir”, en la que las autoridades condenaron a cuatro que fueron retenidos como integrantes de la guerrilla. 30 latigazos para los mayores y 10 para los menores de edad fue la condena, pero con una entrega a las familias que se comprometieron por acta a corregir a los sancionados, bajo la vigilancia de los cabildos. La quema de las armas, en el centro de un círculo custodiado por la guardia indígena, fue vista por los hombres, mujeres, niños y niñas  indígenas, con los ojos que les permite un largo proceso de autoformación de donde surge la certeza propia de su legitimidad para confrontar la guerra, para impartir justicia, para reclamar sus derechos sobre sur territorios.

Es absurdo, entonces, que se siga transmitiendo la situación en el Cauca con esa mirada estrecha, racista, equivocada como siempre en la ruta para alcanzar la paz. No es nada útil el eco desde los medios que repudia la violencia, pero que termina por enlazarse de manera perversa con el racismo que ha justificado durante largos siglos el proceso de despojo y exterminio contra los pueblos en Colombia.
Regresar a Santander de Quilichao, viendo tanques de guerra sobre la carretera, como si fueran Guayacanes de la muerte en tierra sin dueño ni dignidad, es como estirar un vínculo de conocidos entre quienes se entienden. Igual  podemos decir nosotros, agrupados por la misma dinámica de guerra y muerte que hoy marca el crecimiento de los niños y niñas del Cauca. Pero regresamos profundamente admirados, porque se siente muy distinta esa marca, la de la experiencia de la violencia que compartimos millones de colombianos y colombianas,  cuando una comunidad organizada y formada nos demuestra esa forma de asumir el derecho propio y el destino de una alternativa distinta a la de la militarización. Por eso no es la guerra la que nos sorprende, sinceramente. Sino la incapacidad para valorar y respetar esta lucha, y así permitirnos a nosotros, a toda la sociedad colombiana, llenarnos de la inspiración y la esperanza que contienen. 

Delegación de H.I.J.O.S. en Bogotá a Caravana Humanitaria en solidaridad con las comunidades indígenas del Cauca.

viernes, 6 de julio de 2012

Rechazamos las amenazas contra defensores de derechos humanos y usted?


Comunicado público.
H.I.J.O.S. Colombia
Rechazo a las amenazas contra defensores de derechos humanos en Colombia.

Iván Cepeda, Gloria Cuartas, Piedad Córdoba, Soraya Gutiérrez, Diego Martínez, Jeison Paba, Ayda Quilcue, Juan Díaz Chamorro, Franklin Castañeda, José Humberto Torres, Yessika Hoyos, Pedro Geney y Lilia Solano, son algunos de los más destacados defensores de derechos humanos en Colombia. Por su labor en la defensa de los derechos de las víctimas y la lucha por la paz, han recibido una reciente amenaza del 4 de julio de 2012, en la que se les declara objetivo militar por parte de un autodenominado “Ejército Antirrestitución de Tierras”.
El gobierno afirma desconocer la existencia de un grupo paramilitar con ese nombre. De hecho, el gobierno desconoce la existencia de grupos paramilitares. Sin embargo, pueden contarse cerca de 66 líderes reclamantes de tierras asesinados y siete desaparecidos desde 2005, cuando comenzó la ficción del fin del paramilitarismo.
También son más de ocho millones las hectáreas de tierras despojadas en Colombia[1], según los informes del propio Estado, que parece desconocer el Presidente Santos. Y son nulas aún las tierras restituidas, en contra de la ficción que aún quiere imponerse en el país y ante la comunidad internacional sobre el avance efectivo en la garantía de los derechos de las víctimas.
No obstante, las amenazas son reales; sus efectos son reales. Y es real, sobre todo, la impunidad que sustenta en Colombia el actual estado de amenaza generalizado frente a la búsqueda de verdad, justicia, reparación y solución política del conflicto. Sobre la base de esa impunidad que alcanza el 98% en lo que se refiere a los crímenes de Estado, sólo aparece como responsable de los asesinatos y las amenazas, la eufemísticamente llamada “mano negra”.
Entonces. Sin responsables, sin restitución, sin verdad, sin justicia. Aquí lo único que avanza es la locomotora del cinismo.

H.I.J.O.S. Colombia

[1]  "Unidades agrícolas familiares, tenencia y abandono forzado de tierras en Colombia", Agencia Presidencial para la Acción Social y la Cooperación Internacional, PPTP, INDEPAZ ediciones, 2010.
 
 H.I.J.O.S  Colombia rechaza las amenazas contra defensores de derechos humanos y usted? rotemos el comunicado para rechazar también la indiferencia!