LA MEMORIA DE LOS PUEBLOS
Nuestros muertos no son cifras. Tampoco son sólo nombres, o fotografías de carné. Nuestros muertos son la encarnación de valores, relaciones, anhelos, posibilidades truncadas o legadas, según lo que podamos hacer nosotros, al fin y al cabo.
La memoria del poder es como la de una máquina. Digo, del poder de la oligarquía mandada o mandante del poder del capital transnacional, mandado o mandante de los medios de comunicación, mandados o mandantes del vaciamento cultural del neoliberalismo. Responde al sistema de comparar un dato registrado entre la larga lista de la población, con el código que autoriza o niega la posibilidad de su anulación. El dato está sometido a la lógica del racismo de Estado. Se dice comunista, terrorista, joven, estudiante, mujer, negro, etc., para decir “tu vida me importa un huevo”. Despojada, amilanada, inocente, inofensiva, esa vida se hace aceptable para el tratamiento destinado a la “víctima”.
El poder, así mencionado, confunde la memoria con la ideología humanitarista. Muestra la muerte y el dolor incesantemente con fines concretos. Se dedican largas horas y recursos a que nos enteremos de lo que pasa en el mundo, entendido como las tragedias que ocurren en el mundo desarticuladas de sus causas estructurales. Existen museos, exposiciones fotográficas, expresiones de todo tipo dedicadas a mostrarnos el sufrimiento humano. Y con cada muestra de sufrimiento pretende justificarse luego una nueva guerra, la necesidad urgente del estado de cosas actuales donde el Estado es el único que autorizado a ejercer la fuerza o la violencia, sobre la base de nuestra pérdida de orientación. Seguridad Democrática, como lucha antiterrorista, parten de una “memoria” de las víctimas como un valor en sí mismo, de las cuales siempre son responsables todas las irracionalidades humanas que dejan sólo un reguero de escombros donde no es posible identificar motivos, ni consecuencias; donde no se puede hacer nada más que resignarse.
Así, el poder como hegemonía, como autorización aceptable de la dominación, propone a la “memoria” como una necesidad absurda: “recordar para no repetir”, es una consigna plana que elimina el problema que tenemos en frente: transformar.
La memoria de los pueblos, en cambio, es memoria porque subyace como resistencia a la ideología del poder, así como lo hemos dicho. Y digo de los pueblos trabajadores, indígenas, estudiantes, campesinos, luchadores, defensores, intelectuales que llenan de sentido la vida con la historia, las ciencias, el canto y la poesía, sin determinar su creatividad y conocimiento como una fábrica en venta. La memoria de los pueblos siente cada muerte como lo que es: sustento que abandona, relación entorpecida, resistencia amenazada. Y todo esto porque le importa la vida humana, que es la vida cualificada, política, creativa, posible, que importa cuando está viva porque está viva y por lo que hace para los pueblos viva, y no sólo cuando está al borde de la muerte, cercana a convertirse en pieza de exhibición para la contemplación.
Así, revolución, socialismo, poder popular, democracia, participación, reforma agraria, educación pública, etc., parten de la memoria de las víctimas, pero no como valor en sí, sino como experiencia enmarcada en la construcción de nuestro país y de nuestro mundo, con todo lo que ello implica. De ello somos responsables todos, para lo cual se requiere de la clarificación de las responsabilidades involucradas en la ejecución de las políticas de despojo y exterminio. Causas, motivos y consecuencias importan también a la memoria de los pueblos, como el vínculo que une al pueblo mismo para luchar por la transformación de las condiciones donde se han incubado las tragedias y los dolores.
Los pueblos, como decimos resistencia, comprensión y alternativa frente a la dominación que toma a la guerra como excusa, proponemos la memoria como una necesidad urgente, pero con un lema contundente, efectivo: “movilizar nuestro pensamiento y nuestra acción contra las condiciones actuales que reproducen la barbarie”.
Son tiempos de urgencia en Colombia, sin duda. El gobierno avanza aceleradamente hacia la adecuación del país entero como territorio en venta, gracias a largos años de despojos, desplazamientos y exterminios que han afectado la respuesta desde la memoria del pueblo que somos, pudiendo convivir el país de la Ley de Víctimas con el de las concesiones mineras y la continuidad del paramilitarismo que asegura su proyección. La memoria está en peligro y se requiere de una suma de fuerzas que rebasa, por mucho, el trabajo de los defensores de derechos humanos, o el de los historiadores y académicos. Hoy, como siempre ha sido en los momentos en que se pretende cercenar el legado de luchas que se articulan con los sacrificios y dolores populares, se quiere de la música, de la poesía, de los colores en las paredes y en los cuadros, del ejercicio de compartir y transmitir los relatos que hablan de nosotros y de nuestros muertos como lo que son.
José Antequera Guzmán
H.I.J.O.S. en Bogotá.
H.I.J.O.S. en Bogotá.