GUARDIA, GUARDIA. FUERZA, FUERZA…
Hay motivos suficientes para que la situación actual en el
Cauca se haya convertido en tema principal de la agenda de los medios de
comunicación. La decisión de las comunidades indígenas y su Guardia, comenzando
por desmantelar los símbolos de la presencia del
ejército y de la guerrilla en territorios colectivos, representa un hecho
histórico frente a la dinámica de la guerra y del racismo de Estado como parte
de su origen y desarrollo.
Integrantes de H.I.J.O.S. acompañamos la Caravana Humanitaria que llegó a Toribío el sábado 21 de julio, para contar lo que vimos y sentimos.
Con los ojos atrasados. La marca fundamental de lo que se está diciendo en los medios de comunicación sobre la situación actual en el Cauca, es la pretensión de superioridad de los supuestos civilizados frente a los indios. “Atraso”, y “abandono del Estado” son los elementos que se resaltan para explicar lo que está ocurriendo. Con contadas excepciones se impone siempre la idea de que los indios no saben lo que hacen, y que sus acciones deben ser interpretadas como reacciones animales frente a una guerra que parece más importante que su supervivencia, porque están por encima las “razones de Estado”, o los “intereses fundamentales para la seguridad y la economía del país”.
Desde ahí es que las lágrimas del
Sargento Rodrigo García merecen el homenaje del Presidente en la instalación
del Congreso de la República, mientras que las de las de las madres de Luis
Fabían Queitia- asesinado en Caldono el 18 de Julio- y las de los 32 heridos en
las refriegas de la torre Berlín, se las
deban tragar los indios solos, como si fueran el costo necesario del supuesto
restablecimiento de la seguridad en la zona.
De acuerdo con las noticias que
escuchamos, lo que importan son las decisiones del ejército y de la guerrilla,
no las del movimiento indígena. La infiltración de las Farc es la causante
principal del problema, según se afirma recurrentemente, y el país entero le
debe gratitud al ejército por no haber ejercido el “derecho” a la legítima
defensa usando los fusiles contra los bastones de mando.
Con los ojos de los pueblos. Montados en la Caravana Humanitaria que salió de Santander de Quilichao el 21 de julio hacia Toribío, pudimos asumir la mirada de los pueblos, que no tiene nada de atraso.
La primera impresión fue simplemente indignante. Recorriendo las calles de Toribío se ven las ruinas de los acontecimientos vivos; lo que queda de las trincheras del ejército, esos costales verde esmeralda, cubriendo como una invasión de maleza las esquinas de varias casas también destruidas, es desconcertante. En pleno pueblo, a no más de dos cuadras de la calle principal que conduce a la plaza, una base de la policía que parece una colmena de miedo, y varias cámaras a nuestro arribo que salen de todas partes sobre los cuellos de los soldados super-equipados con fusiles que muchos de los periodistas y dizque expertos en conflicto, sólo conocen por videojuegos.
Con los ojos de los pueblos. Montados en la Caravana Humanitaria que salió de Santander de Quilichao el 21 de julio hacia Toribío, pudimos asumir la mirada de los pueblos, que no tiene nada de atraso.
La primera impresión fue simplemente indignante. Recorriendo las calles de Toribío se ven las ruinas de los acontecimientos vivos; lo que queda de las trincheras del ejército, esos costales verde esmeralda, cubriendo como una invasión de maleza las esquinas de varias casas también destruidas, es desconcertante. En pleno pueblo, a no más de dos cuadras de la calle principal que conduce a la plaza, una base de la policía que parece una colmena de miedo, y varias cámaras a nuestro arribo que salen de todas partes sobre los cuellos de los soldados super-equipados con fusiles que muchos de los periodistas y dizque expertos en conflicto, sólo conocen por videojuegos.
Al llegar a la plaza principal de
Toribío, decenas de intervenciones que afirmaron la solidaridad, la indignación
y la admiración. Pero sobre todo, las verdades que no se quieren decir, como
siempre. Viejos luchadores por la paz que conocen el país de cabo a rabo
agradecen al movimiento indígena por demostrarle a Colombia que la paz es una
alternativa que ha de lucharse desde la organización social. Les pidieron con
respeto que les dijeran cómo aportar a lo que se viene gestando, exigieron al
ejército y a la guerrilla, sin los odios fáciles de quienes atizan la guerra,
que respetaran la autonomía indígena, el DIH y los tratados internacionales,
donde se obliga al respeto a los civiles, a no convertir en dianas las casas de
los pobladores, a la consulta previa para acordar los términos de la presencia
de armas en los territorios de propiedad colectiva. Y estuvieron las mujeres,
ofreciéndose a ir por los niños reclutados para sacarlos de la guerra, y los
jóvenes diciendo que la lucha de los indígenas es la de los estudiantes, así
como la de los hijos y las hijas de las millones de personas convertidas en
objeto de despojo y exterminio por sus ideas, sus acciones o sus modos de vida.
Pero entre todas, claramente se escuchó
con atención la voz de Feliciano Valencia, líder del CRIC. Sin un ápice de
mirada de odio o lastimera, dijo varias de las cosas que deben saber quienes
piensan que la decisión de las comunidades y de la Guardia Indígena es
inaceptable.
“No estamos dispuestos a seguir mirando cómo nos matan. La Acin, el CRIC, los cabildos, no están dispuestos a recoger muertos” (…) “Hemos decidido expulsar a los soldados que han ocupado las viviendas de la gente. Las han sacado corriendo para ellos instalarse dentro de las viviendas a combatir con el otro grupo armado” (…) “Estas acciones de control territorial se adelantan contra miembros de la fuerza pública, que se quedaron a vivir y a construir infraestructura militar dentro de los territorios. Estas acciones de resistencia están dirigidas contra miembros de la guerrilla de las Farc, que han levantado campamentos, combaten en medio de la población civil y utilizan como escudos humanos a la población. Estas acciones van también contra infraestructura que desarmonice el territorio, ya sean económicas, políticas o jurídicas”. (…) “Porque ésta gran apuesta tiene que terminar en que Toribío, el Norte del Cauca y el Cauca, sea declarado territorios ancestrales de Paz, de vida, de confraternidad, de convivencia pacífica bajo el control civil, de las autoridades y la guardia indígena”.
(…)“No se atropelló en ningún momento al soldado, allá en el alto de la torre Berlín. Fuimos provocados por los miembros de la fuerza pública allá arriba. La gente subió. Les hablé a los miembros el ejército que estaban allí, Iniciamos contacto con los altos mandos para que de manera voluntaria retiraran a la fuerza pública. Ellos lo hicieron. La mayoría de los 70 que estaban ahí, se retiraron. Solamente cinco se quedaron con un Sargento a la cabeza. El Sargento dijo, “yo no voy a salir, si quieren sacarme, cárgueme”. La guardia indígena lo cargó. Los cinco escoltas accionaron, le apuntaron a la gente que estaba allí, a la humanidad de la gente. La gente se asustó, y en un instinto de protección reaccionó tirándoles tierra a los soldados que estaban apuntando las armas contra la población civil. Uno de los soldados sacó una granada, la desactivó. El sargento le gritó, “no cometa esa locura”, volvió y la aseguró, y la gente fue sacando al Sargento, la Guardia lo fue sacando. Desafortunadamente allí, una persona inescrupulosa, que no sabemos quién, sacó una foto, y la puso a circular como si la guardia indígena y la gente estuviera agrediendo al soldado. Si eso hubiera pasado, nosotros hubiéramos tomado cartas en el asunto, porque no es directriz de las autoridades indígenas atropellar a nadie” (…) “Esmad y ejército nacional utilizó papas bombas cargadas con metralla, y los 32 heridos que tenemos presentan esquirlas con esas papas bomba. Lástima, esto no pasa por los medios de comunicación”.
Con todo, la última parte del recorrido estuvo
llena de verdades y de lecciones que sólo pueden ser omitidas con muy poco de humanidad. La Caravana fue a
“ver como un pueblo digno, atropellado, es capaz de impartir justicia contra
cualquier actor armado”, encontrándose con una “Asamblea para corregir”, en la
que las autoridades condenaron a cuatro que fueron retenidos como integrantes
de la guerrilla. 30 latigazos para los mayores y 10 para los menores de edad fue
la condena, pero con una entrega a las familias que se comprometieron por acta
a corregir a los sancionados, bajo la vigilancia de los cabildos. La quema de
las armas, en el centro de un círculo custodiado por la guardia indígena, fue vista
por los hombres, mujeres, niños y niñas
indígenas, con los ojos que les permite un largo proceso de
autoformación de donde surge la certeza propia de su legitimidad para
confrontar la guerra, para impartir justicia, para reclamar sus derechos sobre
sur territorios.
Es absurdo, entonces, que se siga transmitiendo la situación en el Cauca con esa mirada estrecha, racista, equivocada como siempre en la ruta para alcanzar la paz. No es nada útil el eco desde los medios que repudia la violencia, pero que termina por enlazarse de manera perversa con el racismo que ha justificado durante largos siglos el proceso de despojo y exterminio contra los pueblos en Colombia.
Regresar a Santander de Quilichao,
viendo tanques de guerra sobre la carretera, como si fueran Guayacanes de la
muerte en tierra sin dueño ni dignidad, es como estirar un vínculo de conocidos
entre quienes se entienden. Igual podemos decir nosotros, agrupados por la misma
dinámica de guerra y muerte que hoy marca el crecimiento de los niños y niñas
del Cauca. Pero regresamos profundamente admirados, porque se siente muy
distinta esa marca, la de la experiencia de la violencia que compartimos
millones de colombianos y colombianas, cuando una comunidad organizada y formada nos
demuestra esa forma de asumir el derecho propio y el destino de una alternativa
distinta a la de la militarización. Por eso no es la guerra la que nos
sorprende, sinceramente. Sino la incapacidad para valorar y respetar esta
lucha, y así permitirnos a nosotros, a toda la sociedad colombiana, llenarnos
de la inspiración y la esperanza que contienen.
Delegación de H.I.J.O.S.
en Bogotá a Caravana Humanitaria en solidaridad con las comunidades indígenas
del Cauca.