Nosotros sí, quienes hemos visto una justicia inoperante frente a cientos de miles de crímenes cometidos con la excusa del orden y el progreso a cuya salvaguarda han estado las fuerzas militares de Colombia. Celebramos que un juez haya tenido el sentido de orientación para juzgar, como
corresponde, que no puede justificarse el uso de métodos aberrantes como la desaparición forzada, ni aún en nombre de la democracia.
Si usted no entiende lo que es tener un familiar desaparecido, puede hacer el siguiente ejercicio:
Imagínese que cada vez que ese teléfono suena, o que cada vez que se enciende el anuncio de nuevo correo, usted estuviera esperando que se tratara de una señal de vida de su persona más amada; ascendentemente amada como sólo se puede por cuenta de la rabia y el silencio contenidos. Pero ni siquiera se trata de eso. Le faltan mil años de memoria al pueblo colombiano para que pueda entender que el asunto no es si Plazas Vega se pudre en una cárcel para materializar una venganza, jamás buscada por los familiares de los desaparecidos del palacio de justicia. Se trata de justicia, así como suena, es decir, de la posibilidad de que allí donde fue sembrada una ilegítima relación de poder, de superioridad, de costo necesario, pueda intervenirse con otra distinta, de reconocimiento, de verdad, de valor por la vida. En esa relación estamos involucrados tod@s.
Las críticas ante la ratificación de la condena contra Plazas Vega no se han hecho esperar, demostrando que en Colombia hay una noción de justicia apegada a la autoridad de la fuerza, como el gran palo donde cualquiera podrá siempre encontrar la buena sombra del poder. La razón por la que se califica este fallo de incorrecto es que se está condenando a la representación del poder violento de las fuerzas militares, que ha de mantenerse incólume como el único poder violento admisible en Colombia. La rabia de las víctimas, si quiera en llanto o en grito nos la muestran como el infierno al que todos debemos temer, como a la de los trabajadores, la de los indígenas, o la de los estudiantes. La que va con los colores de la patria, en cambio, ha demantenerse incuestionada. De lo que se trata, es de mantener la injusticia como fundamento de control, esa misma que autoriza a bombardear donde se necesiten recursos, nuevas tierras y nuevas rutas, cualquiera sea el argumento, siempre aceptado porque es la voz de la autoridad.
Demostrándose además, el irrespeto por las víctimas, al señalar que a ellas no se les debe pedir perdón, sino a los responsables de los crímenes que todavía nos duelen. Aunque nosotros sí celebramos, manifestamos también nuestra preocupación por el cumplimiento y el respeto al fallo y las implicaciones que ha tenido en los familiares por la revictimización que ya se ha dado a través de los medios de comunicación.
No perdemos de vista que aún persiste la falta de verdad, de justicia y de reparación integral. Que falta el pronunciamiento de responsabilidad por la desaparición de los restantes 9 desparecidos y desaparecidas del Palacio de Justicia y que todavía no se ha dado respuesta a la pregunta ¿DONDE
ESTÁN LAS DESPARECIDAS DEL PALACIO DE JUSTICIA? que han hecho los y las familiares y en general la sociedad. Sin embargo, resaltamos el gran valor de la condena contra Plazas Vega, en la medida de que 27 años después, permite que los familiares de los desaparecidos pongan también su voz, que es la nuestra, en los muros donde sólo ha habido lugar para la memoria del poder. Cuando se dijo: “Aquí defendiendo la democracia, maestro”, se estaba ofreciendo una justificación para probadísimas torturas y desapariciones, además, absolutamente inútiles para proteger la vida de los magistrados, o los expedientes, o lo que fuera distinto a lo que se creyó la gloria, y hoy se muestra como vergüenza.
Por todo esto, nosotros sí celebramos.
H.I.J.O.S. en Bogotá.
Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia
contra el Olvido y el Silencio
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